Siempre se ha dicho que la cámara capta lo que tiene delante. Y siempre se ha supuesto que eso que tiene delante existe. Aun así, la cámara no puede ser subjetiva porque no puede elegir. La persona que toma esa decisión la utiliza para captar algo, digamos “real”. Si por real entendemos esa presencia realista que aparece en nuestras fotografías. Por eso también se ha dicho que la cámara capta la apariencia del mundo.
Pero una cámara es algo más que una máquina de reproducir apariencias. Es, si así lo deseamos, un medio para crear realidades, para modificar lo que ven nuestros ojos, para construir paisajes. También aquí es solo un medio: la herramienta que logra atrapar una visión, un sueño, una utopía.
La cámara, por tanto, no como una grabadora del aspecto del mundo, sino como una mezcladora de realidades. Y el fotógrafo, entonces, como druida, como chamán, como mago…
Hay muchas más cosas ante nosotros de las que puede captar una cámara. Las fotografías que componen este proyecto son paisajes imaginarios no porque no sean reales, sino porque su origen no está en lo que tuve delante, sino en lo que fui capaz de imaginar.
¿Acaso no es real lo que uno crea en su mente?